viernes, 4 de abril de 2008

Una historia sobre un penalty

-¡No le hagas penalti! ¡No le hagas penalti!- le grité desesperado al Loco pero ya era tarde. Su pierna izquierda barría sin ningún pudor a Salomón, puro nervio ese tio. Y Olea, como suele hacer, siguió la jugada de cerca y pitó como el que cambia de marcha en el coche: Penalti y a misa. El Loco no entendía por que la tomé de aquella manera con él, por qué le gritaba sin parar:
- Vamos ganando 5 a 0, cojones y queda un minuto, tonto la poya. ¡mira lo que me monta por un penalti el tio malafollá!
¿Qué le podía explicar? ¿Que prefería el gol de una jugada que de penalti? ¿Que yo sabía que el que lo iba a tirar era nada mas y nada menos que el Tito ? ¿Que estuvo todo el partido esperando una oportunidad como esta? Nada, no le dije ya más. ¿Para qué? Si igual, no hubiera entendido una mierda.
Me fui hacia la portería, resoplando un poco, mucho, toqué el larguero y me sequé el sudor de la frente con la manga de la camiseta. Hice algo de tiempo, miré los rostros de la gente en el banquillo rival y no me di la vuelta hasta que las risitas confirmaron lo que sólo yo sabía. El Tito quería tirar el penalti. Giré y lo vi venir. Avanzaba lento y seguro. Se abría paso entre los suyos buscando la pelota, sin escuchar a nadie, sin mirar a nadie. Los ojos clavados en mí.
A la gente le daba morbo aquella situación: dos porteros frente a frente y que fui el suplente de El Tito durante 7 años; que él ya tiene 36 tacos y yo apenas 25; que seguramente él me enseñó todo lo que sé; que al principio de la temporada se cambió del equipo en el que jugó todo su vida sin explicar demasiado por qué; que la vida nos hizo muy amigos y ahora, con esas cosas que tiene esto del fútbol sala, nos pone frente a frente y bla, bla, bla…
“Por lo visto las cosas no acabaron muy bien entre esos dos por culpa de una tia, ¿no?.” Diría alguien desde detrás de mi banquillo. “¿¡Ah si !?”, se hizo el tonto mi delegado ya que conocía de sobra la historia entre El Tito y yo. Una historia que sabía todo el mundo con más detalles de los deseados para mi. Y aunque El Tito jamás había tirado un penalti, nadie se sorprendía de que lo hiciera ahora contra su ex equipo, frente a su ex suplente. Es más, todo el mundo lo esperaba con sádico recochineo.
Aquel partido pasó de ser un partido más a ser EL Partido.
Ahora nos enfrentábamos El Tito y yo. Todo el mundo podría estar diciendo lo que quisiera pero los únicos que sabíamos la historia de verdad éramos él y yo. No, miento: él, yo y Merce. Justamente Merce. Ella estaba en la grada. En el lugar de siempre, en el asiento de siempre, el mismo asiento desde el que había animado a su ex, El Tito. ¿Qué habrá sentido? Ni idea, jamás le pregunté. Mejor dicho, jamás quise saberlo. En ese momento tampoco la busqué con la mirada. ¿Para qué? ¿Para ponerme triste si descubría que lo miraba a él? No tenía sentido. Traté de concentrarme en la pelota, de adivinar cuál sería la opción que elegiría El Tito. Media grada le chillaba, le silbaba, pero a él no le importó. Él quería hacerme un gol a mí, no a ellos, no a su ex equipo. ¿Y yo por quién paraba? ¿Por el equipo, por mí, por él o por ella?
No lo tuve claro. Dudé. Tal vez por eso fue gol. El Tito no lo celebró y yo preferí ir a buscar la pelota dentro de la portería, pelearme si eso con alguno, cualquier cosa con tal de no mirar a la grada, con tal de no enterarme nunca si Merce festejó el gol.

(Los personajes aparecidos en esta historia no son verídicos, excepto Olea, que tiene que estar pitando penaltíes en todos lados, como Dios manda).

Pablo P.

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Mira que golazo, tu



A ver si por aquí tambien vamos marcando estos golazos